Anclar la moneda al valor de un producto básico o “commodity” como se les conoce en el argot financiero, peor todavía, a una criptomoneda es una estrategia riesgosa. Entre los economistas hay algunos que dicen que, como quiera que la economía venezolana dependa de su producción petrolera, para efectos prácticos su moneda está anclada al precio del petróleo. Si eso fuera ciento, la moneda chilena estaría anclada al precio del cobre, o la noruega al precio del petróleo, y así sucesivamente. Los países con bancos centrales serios, al buscar una forma de asegurar que su moneda no pierda valor por movimientos abruptos de sus “commodities” o déficits fiscales inmanejables, buscan anclarse, o mantener sus reservas, en monedas que han demostrado mantener su valor como el dólar, el yen, el euro y el franco suizo.

El anclaje a un producto físico pasó de moda cuando las principales economías, lideradas por Estados Unidos abandonaron el patrón oro. Este había servido como la mejor ancla o forma de preservar valor durante siglos, pero sucedieron dos cosas: las crecientes necesidades de liquidez que requerían sociedades industriales y globalizadas superaban las existencias de oro en el mundo, y este pasó de ser reserva de valor a comportarse más bien como un “commodity”.

Los precios de los commodities son volátiles y aptos de tener grandes fluctuaciones debido a los eventos climatológicos, de explotación, políticos y la demanda de los consumidores que condicionan su disponibilidad en el mercado. A eso se añade que, entre las puntas, o vendedores y compradores finales, intervienen los especuladores financieros en las bolsas en las que se transan esos commodities(como el NYMEX) que apuestan diariamente a favor o en contra de la subida del producto. La forma como protegen su estabilidad monetaria los países que tienen un porcentaje importante de su intercambio basado en exportación de commodities, es mediante la creación de un fondo anti-cíclico, al que contribuyen cuando los precios están por encima del promedio móvil de 5 años, y del cual retiran fondos para paliar déficits fiscales cuando está por debajo. Chile y Noruega han hecho esto con éxito. Venezuela lo ha intentado varias veces, pero siempre cae víctima del “síndrome del millardito” gastando los excedentes e inclusive endeudándose en tiempos de bonanza.

En cuanto a las cripotmonedas, hay quien dice que son una magnífica idea esperando una aplicación exitosa. El desplome del Bitcoin de estos días, que hace que apunte hacia $ 5,000 pone de manifiesto su volatilidad y debilidad como ancla: empezó valiendo pocos dólares, subió en breve lapso hasta $ 20,000, retrocediendo y estabilizándose por un tiempo en unos $ 7,000 y ahora recibe presión a la baja porque para que su mercado se amplié los potenciales usuarios quieren mecanismos que eviten fraudes, que lo empiezan a equiparar sospechosamente con instrumentos monetarios más convencionales, solo que el respaldo no es la fortaleza de una economía sólida como la norteamericana o la europea, sino un ejército de “critpo-mineros” consumiendo cantidades de gigantesca energía buscando ser remunerados en bitcoins por resolver unos algoritmos.

Con estos antecedentes, hay que pensar seriamente en las posibilidades de éxito de una moneda que se ancle a una critopomenda que aún está lejos de tener demanda en el mercado que la aproxime al Bitcoin, y que por demás dice estar anclada a un commodity como el petróleo. Es altamente improbable que las dos volatilidades se cancelen, sino por el contrario, que una alimente a la otra y que la volatilidad resultante sea mucho mayor.

Para la estabilidad de nuestra moneda más le valdría a Venezuela seguir el ejemplo de Chile, y si se piensa que nuestro ordenamiento legal es demasiado díscolo, poner nuestro fondo anti cíclico en manos de un fideicomisario confiable como, por ejemplo, el SNB-Banco Central Suizo o el Bundesbank Alemán.