Un producto que encapsula la paradoja de Mondelēz en Venezuela: la Oreo marrón. Es una marca global, el arquetipo de la galleta americana, pero esta versión específica, hecha con 100% cacao venezolano, es un producto que solo existe en el país. Venezuela fue, de hecho, uno de los primeros países en fabricarla fuera de Estados Unidos, hace ya 70 años.
Esa galleta es el símbolo perfecto del 45º aniversario de la planta de Barquisimeto. No es solo una fábrica. Es la prueba de un profundo arraigo.
Inaugurada en 1980, la planta de Mondelēz en el estado Lara es el horno de la memoria gustativa del país. De sus líneas han salido galletas ícono como Ritz, Sorbeticos, Club Social y Belvita. Hoy, al cumplirse casi medio siglo de esa apuesta, la planta es considerada como un referente de la manufactura nacional en un momento en que producir localmente es un acto de fe.
Rubén Echeverri, gerente general de Mondelēz Venezuela, describe esta historia como un círculo de confianza que comenzó mucho antes, con la visión de un grupo de venezolanos.
La decisión de instalarse en Barquisimeto fue estratégica. La antigua Nabisco La Favorita vio en Lara un territorio en pleno desarrollo y, sobre todo, un semillero de talento.
«Fuimos de las primeras fábricas que existieron en el estado», recuerda, «para brindarle a los larenses la oportunidad de tener un sector industrial de primera línea».
Esa apuesta por lo local se convirtió en el ADN de la compañía. El caso de la Oreo marrón, por ejemplo, es el más emblemático, pero no el único.

Club Social, la galleta salada que hoy se ve en anaqueles de otras geografías, es una marca que nació, se desarrolló y se pensó en Venezuela. Sorbeticos, con más de 50 años, es otra prueba de esa conexión.
Al caminar por la planta de Barquisimeto, según Echeverri, se percibe la dualidad de la industria moderna. Por un lado, la maquinaria importada, la tecnología de punta; por el otro, el factor humano que la domina.
«El proceso, en líneas generales, es como en tu casa», simplifica. «Los ingredientes van a una elaboración de masas con sus secretos y su magia. Eso después va a una moldeadora, a un horno y a un proceso de empacado».
Pero la verdadera magia, insiste el gerente, no está en la máquina. Está en la gente. La tecnología, afirma, nunca reemplazará al personal.

Arraigo Mondelēz
La planta da empleo directo a 1.100 personas y genera más de 5.000 empleos indirectos. La lealtad es tal que el arraigo se mide en generaciones.
«Tenemos gente de hasta dos o tres generaciones trabajando en nuestra compañía», relata Echeverri. «Casualmente, estuvimos con ellos hace unas semanas, reconociendo su compromiso. Gente que pudo contarnos la historia desde que se estaban comenzando a instalar las primeras líneas». Esas anécdotas, esa herencia, es la cultura que Mondelēz busca preservar.
Esta simbiosis con el talento local se extiende a la cadena de valor. El impacto más significativo de la planta de Barquisimeto, sin embargo, es su rol en la economía nacional.
Echeverri es enfático en este punto: «Somos una propuesta clara de la sustitución de importaciones. Generamos empleo en Venezuela, producimos en Venezuela y le entregamos a los consumidores venezolanos marcas hechas en Venezuela».
En un entorno económico tan complejo como el venezolano, la pregunta sobre la permanencia es inevitable. ¿Cuál es el secreto de Mondelēz para haber sobrevivido a 45 años de ciclos, bonanzas y crisis?
«Parte del secreto de tener más de 80 años (como presencia de marca en el país) tiene que ver con siempre tener una visión a largo plazo», sentencia. «Eso nos asegura que la forma de pensar es qué tenemos que hacer para superar este obstáculo. Nunca estamos pensando en que vamos a cerrar«.

Eterna curiosidad
La resiliencia como empresa es una acción. Echeverri señala una de sus más recientes adiciones: las Mini Chips de vainilla. «Surgen en una época donde había una escasez importante de ingredientes, en pandemia. Son el resultado de cómo la compañía da respuesta a una situación y genera un producto para poder mitigar algún riesgo«.
Esa capacidad de anticipar y adaptarse, apoyada en un equipo con «una resiliencia espectacular», es la que permite a la compañía seguir operando. Echeverri insiste en que esta visión es compartida por la casa matriz. El compromiso de Mondelēz International, asegura, es total.
Como prueba de esa confianza, habló sobre la instalación de una valla publicitaria de última generación en la calle Elice de Chacao, en Caracas. La define como «un regalo que le hicimos a la ciudad. Porque vallas hay muchas, pero una como esta, ninguna».
Mientras la crítica y el ruido de las redes sociales (el social listening) se procesan como insumos —para corregir o para identificar oportunidades—, la brújula de la compañía se mantiene fija.

«Nuestra historia siempre ha estado vinculada a sueños y esfuerzos», reflexiona Rubén Echeverri. «Una de las cosas que hablamos con nuestra gente todo el tiempo es siempre mantener la curiosidad. La curiosidad es la llama que mueve el mundo y que mueve esta compañía».
Esa llama, conectada al compromiso y al esfuerzo, es la que ha mantenido los hornos de Barquisimeto encendidos durante 45 años. Y esperan que por muchos más.
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