
Para llegar al epicentro de esta historia, hay que sumergirse en el torrente de vida del que es considerado uno de los barrios más peligrosos de Caracas, La Vega.
El camino exige dejar atrás, en plena hora pico, el colapso de la avenida principal y adentrarse en su bulevar; un zigzag de asfalto flanqueado por el comercio febril.
Se esquivan los puestos de buhoneros que ofrecen alimentos, ropa, accesorios y jugos que calman la sed del transeúnte. La banda sonora es una mezcla de vallenato, salsa, ritmos urbanos y el pregón de los vendedores.
Justo al pasar una única mesa donde hombres juegan al ajedrez, ajenos al bullicio, se alza el Centro Comercial Colonial. No hay que buscar letreros luminosos. Al final del pasillo de la planta baja, donde el eco de la calle se apacigua, una puerta de vidrio se abre a una revolución silenciosa. Allí funciona la Asociación de Jóvenes Barberos.

En este local, el sonido de las tijeras y las máquinas de afeitar compone una melodía de futuros posibles. Once jóvenes, de entre 16 y 22 años, no solo cortan el cabello; esculpen destinos.
Todos son artífices de un proyecto que retumba con la fuerza de la determinación, un sueño que encontró en Álvaro Pérez Miranda a su más ferviente creyente.
La figura de Pérez Miranda es la de un hombre que ha conquistado mundos. Empresario, restaurateur, coleccionista de arte y creador de más de 70 proyectos gastronómicos internacionales, su nombre resuena en ciudades como Tokio, Nueva York y Miami, donde su restaurante omakase, Ogawa, acaba de ganar una codiciada estrella Michelin (tiene dos).
Pérez Miranda, de San Blas a La Vega
Para entender el compromiso de Pérez Miranda con La Vega hay que desanudar su camino hasta el barrio San Blas de Valencia. Allí, en una casa de tres habitaciones para diez hermanos, él el menor, comienza su historia.
Nació en un entorno donde la línea entre el bien y el mal era difusa, un lugar del que sabía, desde muy joven, que debía salir.
Su primer contacto con la cocina, donde aprendió a identificar sabores y aromas, fue a través de la necesidad. Ayudaba a su madre, siempre de madrugada, a pilar el maíz para las arepas que vendía.
Pero anhelaba ser artista, una sensibilidad que, según él, se convirtió en superpoder.
A los 17 años, con el dinero ahorrado de trabajos como recreador de fiestas, compró un pasaje de avión y dejó atrás todo lo que conocía.
Su viaje es un manual de resiliencia. Inició como ayudante de mesero en Estados Unidos y, desde allí, escaló posiciones, aprendiendo, arriesgando y construyendo.
Pero su camino no fue lineal.

Hace una década lo perdió todo. Comenzó de cero, en medio de una profunda depresión. Y en esa reconstrucción personal encontró su verdadera esencia.
Su éxito, dice, se debe en gran parte a ser venezolano. A esa capacidad innata de resolver. A la hospitalidad que abre puertas.
La barbería de La Vega es, entonces, la materialización de su propia historia: la prueba de que el origen no determina el destino y que el éxito solo está completo cuando se utiliza para iluminar el camino de otros.

El filo del mañana
El comienzo de la asociación se remonta a 2024. Durante una visita a sectores populares de Caracas para compartir las lecciones de su libro Mi camino a Japón, Pérez Miranda conoció al grupo. En ellos percibió un anhelo, el deseo de dominar un oficio.
Algunos tenían conocimiento empírico, pero les faltaba la estructura, el impulso final. Fue un encuentro de propósitos. A través de Gabriela Vega, una líder comunitaria de temple inquebrantable, el empresario vio en sus rostros la misma hambre de superación que lo impulsó a él a los 17 años.
“Vi un Álvaro allí”, afirma. Y con esa revelación, sembró la semilla de un modelo de negocio que hoy es una realidad tangible y, sobre todo, replicable.
Este, reitera, no es solo un espacio para aprender a manejar la navaja. Es una escuela de vida.
Durante un año, los jóvenes se sumergieron en un riguroso proceso de formación que abarcó desde contabilidad y colorimetría hasta la disciplina de la puntualidad y la constancia. La responsabilidad, por su parte, también es un pilar fundamental.
Pérez Miranda lo concibe como un compromiso compartido: él facilita las herramientas, pero son ellos quienes deben pedalear la bicicleta, construir su propio éxito.
La meta trasciende el beneficio individual. Cuando estos barberos acumulen la experiencia necesaria, se convertirán en los maestros de la siguiente generación, perpetuando un ciclo de oportunidades en La Vega.

La Vega a contracorriente
La estructura del proyecto descansa sobre hombros firmes. Gabriela Vega, conocida en la parroquia como «La negra», es la coordinadora, la figura que guía a los muchachos «por la senda del bien».
Su trabajo comunitario, forjado durante décadas y motivado por el dolor de perder amigos a manos de la violencia, es el ancla que mantiene el proyecto arraigado en la realidad de La Vega.
A ella se suma la generosidad de personas como José Parra, un barbero de oficio que cedió la planta superior de su vivienda para clases teóricas y prácticas. Es un testimonio de que la comunidad misma es partícipe y protagonista de su transformación.
La barbería es también un santuario para la memoria. Honra a Jean Carlos, “El Chino”, uno de los soñadores originales, cuyo camino fue truncado hace unos meses. Sin especificar el por qué, pero dando a entender que fue un hecho violento, su ausencia es una presencia constante; un recordatorio del valor de cada oportunidad.
Su familia, de hecho, estuvo en la inauguración. Un momento que selló el compromiso de sus compañeros de hacer de este sueño una realidad duradera. Cada corte de cabello es, en cierto modo, un tributo a su legado. Una afirmación de que la vida, a pesar de sus filos dolorosos, siempre ofrece una vía para seguir adelante.

Los jóvenes barberos son conscientes de su rol. No solo buscan un sustento; buscan redefinir la narrativa de su hogar.
«Queremos que la gente deje de ver La Vega como una amenaza», expresa uno de ellos. Hablan con la convicción de quienes conocen el potencial que se esconde detrás de los estigmas. En La Vega hay futuro, talento y una juventud que invierte sus días en formarse y trabajar.
Ofrecen sus servicios con profesionalismo: un corte por cinco dólares, un arreglo de barba en 2,5, e incluso hacen cejas y decoloraciones. Además, planean instalar sus lavacabezas pronto, ampliando su oferta. Dos de los barberos incluso atienden a mujeres, porque en su visión del progreso, ninguna oportunidad se desperdicia.

El financiamiento del proyecto proviene en un 90% del aporte de Álvaro Pérez Miranda, complementado con el apoyo de empresas como la marca de gelatina Rolda y otras privadas.
Sin embargo, el recurso más valioso no es el económico, sino la confianza depositada en estos jóvenes. Gabriela Vega lo resume con una certeza que desarma: «Confío al 1000% en ellos, y si no les gusta [el corte], les juro que les devuelvo la plata”. Es una garantía que no se firma en papel, sino con el orgullo de quien ha visto de cerca el proceso de crecimiento y dedicación.
La invitación está abierta, no solo para los habitantes de la parroquia, sino para toda Caracas. Llegar es simple: un autobús desde Zona Rental deja a media cuadra del lugar.
La Vega, insisten, queda ahí mismo, esperando que la ciudad descubra el talento que florece en sus entrañas.

Coordenadas
El horario de atención es de lunes a domingo, desde las 8:30 de la mañana hasta las 7:30 de la noche.
EL NACIONAL