En un patio abierto dentro de un enorme edificio en forma de cubo, bajo el brillante cielo azul de Caracas, la capital de Venezuela, miles de personas en trajes y chalecos acolchados entran y salen de ponencias, y se toman un café o una cerveza junto a los stands de distintos startups locales. Por tres días, el edificio –hoy conocido como Caracas Campus, en el sudeste de la ciudad– sirve de sede para el Startup Venezuela Summit, evento que reúne a la comunidad de startups, emprendimiento y tecnología del país para discutir tendencias, compartir experiencias y mostrar cómo se está reinventando el ecosistema venezolano de negocios. “Lo más emocionante es que esto apenas comienza”, afirma Esteban Torbar, el empresario detrás de esta cumbre. “Si logramos mantener esta energía, atraer más capital y seguir conectando talento dentro y fuera del país, Venezuela puede convertirse en uno de los hubs de innovación más dinámicos de América Latina en la próxima década”.
La descripción, a primera vista, parece inusual para un país que no se ha recuperado plenamente de la mayor contracción económica en su historia moderna, vive un régimen autoritario, enfrenta una serie de sanciones financieras y sectoriales, y tiene buques y activos de Estados Unidos cerca de sus costas. Sin embargo, contra todo pronóstico, una camada de emprendedores y empresarios del sector privado ha desarrollado en los últimos años un dinámico ecosistema tecnológico en el país, impulsado por la ambición de resolver muchas de las necesidades y problemas profundos que enfrentan los venezolanos en estas condiciones adversas.

Un sector que con muy poco pudo brotar
Caracas Campus es una suerte de postal de la transformación de la economía venezolana desde poco antes de la pandemia: alguna vez fue la sede latinoamericana de P&G pero, tras la salida de la multinacional del país, se ha transformado en un espacio para startups, consultoras y coworking spaces para emprendedores. En los últimos años, tras una larga crisis, el Gobierno de Nicolás Maduro ha dejado atrás las políticas ortodoxas socialistas para llevar a cabo una serie de reformas de mercado —dolarización de facto y levantamiento de aranceles, controles cambiarios y de precio— que han llevado a un crecimiento tibio y desigual de la economía venezolana.
El proceso, explica el economista venezolano Asdrúbal Oliveros, conllevó también la apertura de un sector de internet por fibra óptica y levantamiento de controles de precio de servicios de telecomunicaciones. Según Oliveros, tecnología y telecomunicaciones hoy representa cerca de 5% del PIB no petrolero de Venezuela. “Es el sexto sector de mayor crecimiento entre 2021 y 2024”, dice. “Tiene un crecimiento acumulado cercano al 20% y, este año, después del sector petrolero, fue el sector de mayor expansión en el primer semestre, con 11%”. Esto, explica, ha tenido un peso importante en la generación de empleos indirectos.
Según un reporte reciente publicado por la asociación promotora de inversiones privadas Venecápital y la aceleradora Innoven by SquareOne, junto a varias otras organizaciones, en el país existen al menos 84 startups, la vasta mayoría fundadas en el país desde 2020 y distribuidas en verticales como fintech, healthtech, SaaS, mobility, y otros segmentos emergentes. Además, 2024 ha sido el año con el mayor número de startups fundadas.

Hace apenas diez años, hablar de startups en Venezuela resultaba ajeno. Pero, impulsado primero por la necesidad y luego por la tecnología, la pandemia, una mejora en la infraestructura de internet y una diáspora que trajo “ideas, conexiones y hasta algo de plata”, nació en años recientes “el caldo de cultivo perfecto” para que surgiera un ecosistema real, dice Carlos Inguanzo, COO de Kurios, una startup enfocada en educación con robótica. Este ecosistema cuenta hoy con empresas notorias en Venezuela, como la startup de movilidad y delivery Yummy, la app de pagos diferidos Cashea o la startup de movilidad Ridery.
“Venezuela venía con un rezago tecnológico importante, y eso generó una brecha evidente que muchos emprendedores comenzaron a cerrar resolviendo problemas muy puntuales del día a día: medios de pago, logística, movilidad”, dice. “Muchas de estas soluciones se inspiraron en modelos internacionales, pero fueron tropicalizadas a nuestra realidad.”
El precedente más importante del ecosistema fue la fundación de Yummy en 2020, una app que inició como servicio de delivery —en un país donde no operan gigantes internacionales como UberEats y GrubHub— y hoy cubre áreas como movilidad y marketplace, además de suscripciones premium.
Ahora, “el talento técnico puede apostar por quedarse en Venezuela y los inversionistas internacionales empiezan a mirar el país”, dice Vicente Zavarce, CEO de Yummy. “Ya en los mapas de un fondo [de inversión] grande que invierte en Latinoamérica no aparece Venezuela como un punto gris separado del mapa”. Además, la fundación de Yummy dio paso a una gig economy local inicialmente por medio de sus contratistas de delivery y movilidad. “Yo vivo a más de una hora de Caracas; en términos profesionales, muchas veces me perdía cosas importantes”, dice Teresa Raymond, una abogada de 23 años. “Yummy se convirtió en la alternativa perfecta para yo poder cumplir metas” en la ciudad.

Emprendedores por necesidad
Venezuela es hoy uno de los países más emprendedores del mundo. Aunque con alta informalidad y mortalidad infantil, 4.5 millones de venezolanos han emprendido un negocio en el país (cuya población no llega a 30 millones de personas), según un estudio reciente de la Universidad Católica Andrés Bello y el Instituto de Estudios Superiores de Administración (IESA), ambos en Caracas. Los venezolanos emprenden tanto porque lo hacen dentro de un “contexto pastoso”, un entorno difícil y sin los “nutrientes” que un ecosistema sano debería tener, lo que empuja a miles a iniciar negocios por necesidad ante la falta de empleo y un PIB muy bajo, dice Aramis Rodríguez, profesor de innovación y emprendimiento en el IESA, que participó en el desarrollo del estudio.
Esa presión económica convive con un rasgo cultural profundamente arraigado: “El venezolano tiene una gran estima por el hecho de ser empresario”, un valor social que facilita que la gente “sienta autoeficacia” y se atreva a lanzar iniciativas aun en condiciones adversas, dice Rodríguez. Allí, a pesar de una altísima tasa de emprendimientos que fracasan al poco tiempo, la tecnología aparece como un habilitador clave. Según Rodríguez, que forma parte de la incubadora y aceleradora del IESA para emprendimientos, herramientas como la IA pueden “potenciar o catapultar como nunca antes” a los emprendedores que se forman, se autorregulan y aprenden a escalar.
Además, este ecosistema ha tenido un impacto importante en el sector financiero. En un país con inflación de tres dígitos, brechas notorias entre la tasa oficial del dólar y la del mercado negro, uso multimoneda y una virtual desaparición del crédito, han surgido startups de pago como PagoDirecto, Ubii y Zinli, así como nuevas soluciones de pago móvil bancario para atender una economía que, pese a todo, sigue siendo la segunda más bancarizada de Latinoamérica según el Banco Mundial.

Ramón Velásquez, CEO de Ubii, explica que el ecosistema fintech y de pagos venezolano ha crecido porque “la escasez de oferta hace que cualquier producto con tecnología financiera bien hecho se vuelva exitoso por necesidad”. Ubii, dice, ha apostado por atender a pequeños y medianos negocios con agilidad. “Abrimos una cuenta digital en cinco a diez minutos y activamos el punto de venta de inmediato”, ofreciendo un equipo “más barato que el del mercado” y una estructura de precios más eficiente.
Velásquez también subraya el impacto de otros actores que han transformado los pagos, como Cashea, una app de pagos diferidos que hoy tiene una base de usuarios que duplica la población entera de Panamá y opera en una veintena de ciudades venezolanas. “Vino a cubrir una necesidad importantísima: el crédito”, al punto de procesar este año “más de 2 000 millones de dólares en líneas de crédito, casi lo mismo que la cartera de crédito de todo el país”.
Velásquez resalta también el papel de exchanges autorizados como Kontigo y Crixto, esenciales para que empresas y usuarios puedan “intercambiar bolívares por stablecoins y enviar dinero a cualquier lugar del planeta en minutos”, no obstante las importantes restricciones. Para Raymond, la abogada, apps como Cashea le han permitido comprar artículos como aire acondicionado y televisiones “que probablemente por la situación económica del país, no pudiese haber comprado de contado” en otro momento.

Miguel Gutiérrez
Un repartidor de una de las nuevas plataformas de delivery en Caracas.

Miguel Gutiérrez
Apps como PagoDirecto han permitido digitalizar pagos presenciales y reducir el uso de efectivo.
Miguel Gutiérrez
Un local en Caracas que acepta Cashea, la app de “compra ahora y paga después” que popularizó las cuotas sin intereses.
Un contexto complicado
Aunque el ecosistema venezolano ha logrado desarrollar pilares como educación, incubación, mercado y tecnología, el financiamiento sigue siendo su talón de Aquiles. “Dinero hay”, dice Inguanzo, pero la mayoría de los inversionistas locales “no tienen la experiencia para invertir en startups”, y conceptos básicos como SAFE o notas convertibles aún son ajenos para muchos.
Esto, sumado a la falta de seguridad jurídica, hace que levantar capital sea “un proceso cuesta arriba”, dejando al “friends and family” como la principal fuente de fondos en etapas tempranas. Además, los “exits” son prácticamente inexistentes: no hay empresas grandes comprando startups ni un mercado de valores funcional, lo que limita el retorno y frena la entrada de capital institucional. En palabras de Inguanzo, mientras no se resuelva esa ecuación, el flujo de inversión seguirá siendo limitado pese al crecimiento del ecosistema.
“El marco regulatorio para los startups sigue siendo restrictivo, sobre todo los startups ligados al ecosistema fintech”, dice Oliveros, a lo que se agrega el estado de los derechos de propiedad en el país y el contexto de sanciones que afecta la relación con Estados Unidos, un actor clave en el sector. De hecho, en ocasiones, las startups han tenido tensiones y situaciones complicadas con entes reguladores o con la propia volatibilidad monetaria del país.
Pero el contexto no detiene a los emprendedores. “Creo que ya estamos viendo una evolución real. Estamos viendo personas construyendo estructura, haciendo empresa, y no ‘negocitos’”, dice Inguanzo. “También hay startups que no solo resisten, sino que crecen, contratan, levantan capital, hacen los headlines y exportan. Y, sobre todo, hay una generación que ya no se pregunta si irse o quedarse en Venezuela, sino cómo hacer que quedarse valga la pena”.
















