“El mundo no será destruido por aquellos que hacen el mal, sino por aquellos que lo observan y no hacen nada”.
Albert Einstein
Ciudadanía y Democracia dos conceptos fundamentales en el pensamiento político moderno estrechamente vinculados. El concepto ciudadanía está fundado en una serie de derechos establecidos, acordados socialmente y modelados legalmente. El conjunto de estos derechos históricamente ha estado sujeto a constante debate y transformación. Sin democracia no puede haber ciudadanía.
En el contexto actual de nuestra nación, en la que existe una sistemática imposición ideológica que quiere cambiar nuestra cultura político-social, los derechos de los ciudadanos se conceptualizan hacia un replanteamiento de la disposición del individuo a participar más allá del ámbito de una democracia electoral, que pone en el tapete la necesidad de construcción de una sociedad activa, responsable, que conoce sus derechos y los defiende.
Una ciudadanía activa no espera que el Estado por fin, en algún momento, respete e implemente plenamente los derechos universales del ciudadano, sino que lucha por ellos, se enfrenta políticamente con él, hace valer sus argumentos en el espacio público y busca construir alianzas con la sociedad política en la promoción de un proyecto democrático basado en la justicia.
El ciudadano activo debe conformar los espacios públicos necesarios para el debate, la reflexión y la propuesta, ayudando así a fortalecer las instituciones que deben dar respuesta a los requerimientos de cada persona de la sociedad; deben ser entusiastas constructores de una nueva democracia, a la que, de forma y vida, no sólo como sujeto de derechos, sino que los ejerza asumiendo sus responsabilidades ante su comunidad.
Sin la participación activa del individuo, el concepto de ciudadanía pierde su sentido original y permanece sólo como identidad, comunidad o territorio al que pertenece, es pertinente entonces, abordar la relación de la ciudadanía con la concepción, construcción y permanencia de la democracia en democracia.
Todos y cada uno de nosotros los que vivimos en Venezuela tenemos la responsabilidad ética y moral de construir una sociedad democrática verdadera, en la que todos tengamos acceso a nuestros derechos civiles, políticos y sociales, donde convivan de forma pacífica instituciones públicas, privadas, gremios, movimientos sociales, partidos políticos, grupos sociales o culturales; todos ellos que participen en la cosa pública, sin distinción.
La desigualdad es el peor tipo de discriminación, genera exclusión y esta, a su vez genera la ruptura entre las personas o grupos discriminados con el resto de la sociedad, lo que impide tejer el entramado social necesario que lleve a ese desarrollo al que aspiramos todos.
Un ciudadano consciente asume su responsabilidad de participar en los asuntos públicos con su opinión o su actuación, no espera que otro lo haga por él, promueve la paz y el consenso, busca dialogar en vez de imponer.
Como sociedad, debemos aspirar y trabajar para vivir regidos por los valores de la democracia liberal, con solidaridad y respeto, donde seamos tratados todos de la misma manera sin exclusión y mucho menos amedrentados con las armas del Estado y que ninguno de nosotros permita que esto sea incumplido por quien ose hacerlo.
Debemos seguir trabajando por cambiar, de una sociedad de desconfianza a una de confianza, pues ella es condición fundamental para que una democracia funcione realmente. Tenemos que enfocarnos en construir los lazos de confianza que como seres humanos necesitamos para un verdadero desarrollo social y económico sostenible. Para eso, debemos oponernos radicalmente a cualquier símbolo de imposición que vaya en contra de la libertad, que incite a la discriminación de clases, haga uso populista de las desigualdades existentes, en vez de erradicarlas de raíz.
El tiempo de responder al mayor desafío de Venezuela es ahora. Asumamos nuestra responsabilidad ciudadana con coraje y honestidad.