Crónica| Esa continua sensación de abandono

Viaje por Venezuela
Foto: Víctor Roa

Escrito por Víctor Roa

Viajar por Venezuela, fuera de Caracas, es una forma de entender la realidad de las grandes mayorías olvidadas del país. La semana pasada fui al Táchira, a visitar a mi familia por el lado paterno. Salí con el tanque lleno y dos bidones de gasolina como apoyo, con los cuales estimé llegar a la ciudad que está a más de 800 kilómetros de la capital.

En el centro del país, en la autopista regional del centro, algunas colas con surtido de gasolina dan la esperanza que el resto del camino será igual. Vana ilusión. Luego de entrar a las vías del Llano, entre San Carlos y San Cristóbal solo dos estaciones de servicio, en más de 600 kilómetros, contaban con suministro, reglado en ese caso por la autoridad del estado portuguesa, cosa que impide a los viajeros obtener algo de combustible. El resto de las estaciones de servicio; cerradas y sin gasolina.

Pasar por estas carreteras es un ejercicio de memoria, cientos de lugares cerrados. Entre un espacio y otro el país hasta Barinas sigue siendo Venezuela. Aceptan dólares y bolívares a través de puntos de venta. Hay buena comida, entre cachapas y carne en vara, la travesía es al menos aceptable. Lo único que te puede alentar a seguir son los recuerdos.

A partir de Barinas, en la carretera rumbo al Táchira, desaparece Venezuela. No hay formas de pago en bolívares. No hay puntos de venta y todo se paga en pesos o dólares. Gasolina en envases de 2 litros le señalan al viajero que tiene opciones. La ruta está llena de barreras que impiden el tránsito fluido, policías acostados más alcabalas de policías y guardias nacionales obligan a parar y arrancar frecuentemente. La llegada al Táchira, antes de subir a San Cristóbal, es una travesía, solo para expertos al volante. Carreteras fracturadas por las lluvias y por los movimientos de tierra, hablan con claridad del abandono en que el país está hundido.

Una peculiaridad que no se puede olvidar, cada cierto tramo se encuentran grupos de caminantes. De ida y vuelta. Muy temprano en la mañana. Gente que camina, con sus morrales tricolores, terciados al hombro. Buen recuerdo de la maquinaria propagandística del régimen. Por allí huyen sus logros.

San Cristóbal, la hermosa ciudad andina, tierra de gobernación y protectorado, es como una especie de Oasis, grandes murales pintados y calles limpias contrastan con la poca actividad económica. Aquí la gasolina es repartida por una especie de rifa que se hace a las 5 de la mañana. A esa hora todos los ganadores corren.

Supermercados, bodegas, vendedores ambulantes despachan productos colombianos junto a algunos pocos nacionales. Los precios en la ciudad y la forma de pago son en su casi totalidad en pesos y dólares. Una economía que no reporta mayores beneficios al fisco, que se maneja en la informalidad y que impide conocer efectivamente el tamaño de la economía del país.

El último tramo del viaje, yendo a San Antonio, es quizás uno de esos momentos en que vas entendiendo que significa el ayer. Con casi todo cerrado: bodegas, abastos, restaurantes y estaciones de servicio y un tráfico menguado a niveles insospechados, no queda más que recordar los mejores tiempos de la ruta, la de un país difícil pero no imposible, el que aún queda, en los recuerdos.

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