Partimos de la base de que la criminalidad es algo consustancial a la vida en sociedad. Se puede mitigar, puede cambiar, pero nunca será eliminada del todo.
Lo primero que vemos es una desaceleración de los delitos tomados como marcadores, es decir, los robos, hurtos, homicidios y lesiones. Pero esto debe ser tomado solo como una condición temporal y, hasta cierto punto, artificiosa, que tarde o temprano cederá el paso a la manifestación de las condiciones reales de la sociedad.
Uno de los delitos que probablemente aumentará en esta coyuntura es la extorsión y otras formas asociadas, como la popular matraca. Dicho en otros términos, se trata de funcionarios que abusan de su poder regulatorio para enriquecerse a costa de las necesidades de la población, ya sea para permitir que unos se surtan de combustible antes que otros, o hacerse los ciegos ante un local que continúa sus operaciones en horarios no permitidos.