La tragedia de los premios Nobel: ya es hora de conceder el Nobel de tecnología

En 1896 Alfred Nobel, que se hizo rico y famoso tras crear la dinamita, murió dejando un legado singular: su fortuna se dedicaría a dar jugosos premios anuales a los responsables de grandes logros en los campos de la química, la física, la medicina, la literatura y (qué ironía, señor inventor de la dinamita) la paz.

¿Cuáles fueron sus argumentos par dar premios en esas disciplinas y no en otras? Nobel solo reveló que había decidido esos premios «tras una deliberación madura», y 120 años después los premios se han mantenido inmutables a pesar de los avances en otros ámbitos. Resulta sorprendente que otros campos no tengan ese reconocimiento, y la injusticia se ceba especialmente con uno: ¿por qué no hay un premio Nobel de tecnología?

Anacronismo en unos premios (algo) obsoletos

El argumento parece claro: los distintos organismos que eligen a los candidatos y a los premiados consideran que no es necesario ampliar las categorías, aun cuando hicieron una curiosa excepción en 1968, cuando una generosa donación del Banco Nacional Sueco hizo que se crease el Premio Nobel de economía (el nombre oficial es bastante más pomposo y largo). Economía sí, pero matemáticas, filosofía, geografía, arquitectura o tecnología, eso sí, no. ¿Y por qué literatura sí, pero pintura o música no?

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La decisión parece arbitraria y anacrónica, sobre todo cuando las contribuciones de esas ciencias al desarrollo de la humanidad han sido a menudo tan importantes (o más) que las contribuciones de las disciplinas premiadas. Es increíble pensar que alguien como Sir Andrew John Wilkes, una leyenda del mundo de las matemáticas capaz de resolver el último teorema de Fermat, haya ganado todos los reconocimientos y casi sea más conocido por no haber ganado el premio Nobel. Un premio que no ganará nunca.

Las decepciones tanto en el ámbito de las matemáticas como en el de las ciencias de la información y la tecnología (que son las que más nos tocan en Xataka) son enormes. Es cierto que existen otros prestigiosos premios en esas áreas: el premio Abel y la medalla Fields son los dos galardones de referencia en el mundo de las matemáticas, mientras que en el mundo de la tecnología lo más parecido al Nobel son el Turing Award (ACM) o el John von Neumann Medal (IEEE), aunque poco a poco el Millenium Technology Prize también va ganando relevancia.

Existen premios a la tecnología, pero parecen premios de consolación

La cuantía de esos premios es importante, y en algunos casos es incluso mayor que la de los premios Nobel. El citado Millenium Technology Prize concedido por la Academia de Tecnología de Finlandia tiene un premio de un millón de euros para el ganador, mientras que el premio Nobel tiene un premio de un millón de dólares (unos 850.000 euros al cambio actual).

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El Premio Turing es uno de los más prestigiosos en el ámbito de la tecnología, pero aun así no puede ser comparado a un premio Nobel.

La cuantía económica, no obstante, no puede competir con el prestigio de los premios Nobel, algo de lo que hablaba Vinton Cerf, considerado como el «padre de internet» tras la co-creación del protocolo TCP/IP junto a Bob Kahn. Cerf declaraba que «los Premios Nobel son tan reconocidos que esa etiqueta de «laureado» permanece, dando a quien la recibe un reconocimiento a su carrera que ningún otro premio da».

Y tiene razón: el propio Cerf probablemente sería candidato a ese hipotético Nobel de la tecnología, como lo hubieran sido muchos durante casi un siglo de innovación en el que la humanidad ha avanzado mucho más de lo que el señor Nobel hubiera imaginado. Evidentemente Nobel era inteligente, pero no era un visionario. Quizás debería haber dejado un testamento algo más abierto y que se pudiese adaptar a los tiempos. La injusticia se ha cebado con los campos no contemplados por los Nobel. Ciencias y artes de clase B, podríamos llamarlas. Qué tragedia.

 

Créditos: XATAKA