Pareciera haber un consenso nacional con respecto a que la única manera de salir de la hiperinflación en la que nos encontramos los venezolanos, es por intermedio de una reforma monetaria integral. Algunos, sin admitirlo públicamente, como es el caso del Gobierno, intentan hacerlo experimentando con métodos heterodoxos. Por ejemplo, apelando al caso del “Petro”. Otros, como es el caso de la inmensa mayoría de los economistas, sin embargo, han centrado sus recomendaciones en los métodos conocidos. Estos son: manteniendo la misma moneda con una disciplina fiscal y monetaria férrea; una caja de conversión también conocida como junta monetaria; o una dolarización.
Durante los últimos días, sin embargo, ha tomado fuerza la idea de que, dado el grado de deterioro que se ha experimentado por la presencia de la hiperinflación, la solución es la dolarización; inclusive, tal como la implementó en su momento el Ecuador, y la cual, sin duda alguna, constituye una medida drástica.
Economistas respetados que antes se oponían a la dolarización, inclusive, han cambiado de parecer. O, mejor dicho, se acercan a considerarla como una alternativa seria. ¿Qué ha sucedido?
Dos eventos, tal vez, han acelerado ese nuevo consenso que comienza a formarse. En primer lugar, a nivel popular, lo que sienten los ciudadanos, es decir, los electores, es que “todo está dolarizado, menos los salarios”. Y eso, que, si bien no es del todo cierto, lo siente así quien recibe un salario mínimo con bonificaciones incluidas de $ 7 por mes a dólar libre o $ 35 a la tasa oficial DICOM de esta semana.
Y en segundo lugar, es que el asesor financiero del único candidato presidencial opositor inscrito, ha planteado como componente determinante del programa de gobierno que la dolarización, en este momento, es la mejor alternativa -por no decir la única- para detener en seco la hiperinflación.
En palabras del profesor Steve Hanke, quien asesoró, entre otros, a Ecuador y a Montenegro en sus procesos de dolarización: “Resuelve el problema; fin de la historia. Lo resuelve literalmente de un día para otro”. Y continúa diciendo: “Venezuela, esencialmente, se está dolarizando espontáneamente y el próximo paso lógico es oficializarlo”.
La dolarización, es verdad, no es una panacea. Pero es un primer paso. También, sin duda, no es suficiente, pero es necesario para restablecer la credibilidad. De hecho, sin ella, a estas alturas, es menos que imposible resolver los otros problemas, como es el caso de: eliminar controles de precio, restructurar deudas, sacar a PDVSA de la insolvencia, restablecer el Imperio de la Ley y garantizar los derechos de propiedad. También aporta una fortaleza, y es que le quita a la autoridad monetaria, es decir, al Banco Central de Venezuela, la posibilidad de imprimir dinero sin respaldo, porque se convierte en una especie de camisa de fuerza a los planes dispendiosos de la clase política gobernante.
No debe olvidarse que los otros métodos que, hasta hace poco, se consideraban como las alternativas menos tajantes, todos, sin excepción, sufrían de la debilidad de mantener las potestades del Banco Central. Aunque lo hacían solamente asumiendo que el mismo ente emisor, de la noche a la mañana, iba a ser dirigido por vírgenes vestales totalmente exentas de presiones políticas o sociales. Y como eso está lejos de suceder en Venezuela, se corre el riesgo de fracasar por falta de credibilidad, impulsando todavía otra ronda más de hiperinflación.
Quienes aún se oponen a ella, seguirán argumentando que dolarizar resta capacidad de maniobra ante una caía abrupta de los términos de intercambio. Eso pudiera ser cierto -o no- dependiendo de la frugalidad con la que se manejan los ingresos excedentarios en época de bonanza. También aducen que, en un futuro lejano, luego de años de crecimiento económico espectacular, podríamos volver a sufrir la sobrevaluación monetaria conocida como “enfermedad holandesa”, cosa que no es tampoco necesariamente cierta.
¿Y por qué nos atrevemos a plantearlo así? Para muestra un botón: Bastaría vernos en el espejo de Ecuador, otro país petrolero. Dicho país dolarizó en el año 2000. Inclusive, pasó también por la caída de los precios petroleros y tuvo sus problemas. Es cierto. Pero ¿quién capeó mejor el temporal? ¿Hay alguien que crea que la calidad de vida de los ecuatorianos que han llevado desde 2015 a la fecha, es peor que la nuestra? La respuesta es obvia. Y se evidencia en los miles de venezolanos que han huido y siguen huyendo hacia ese país dolarizado. También en el nada despreciable hecho de que la dolarización goza del nada despreciable 95% de aceptación entre sus ciudadanos.