Hoy, más que nunca, la seguridad está vinculada al entorno. La idea que la protección se basa en aislarse de lo que nos rodea, casi en un modelo medieval de altos muros y profundos fosos, que lejos de fortalecernos, nos debilita, pues literalmente nos desconecta, haciéndonos vulnerables en el desconocimiento de las amenazas que conviven con nuestra realidad.
El mito de elevar muros frente a la realidad se ha convertido en la debilidad más significativa de los países, las organizaciones y las personas, porque además de la separación con el entorno, produce un efecto de inconciencia protectora en la creencia que ignorando o esquivando la inseguridad vamos a resguardarnos de los peligros. No es menos cierto, sin embargo, que, al dificultarse el acceso a datos o información oportuna y veraz, entramos en el terreno de las especulaciones y los rumores perversos. Otro mito común en las gerencias de seguridad de las organizaciones es reducirle importancia a la dureza de la realidad con la falsa creencia que en lugar de informar se activa la paranoia de la gente, sin tener en cuenta que la alteración es producto más de la incertidumbre y la ignorancia que de las certezas rudas de la periferia.
En relación a la cantidad y calidad información vinculada al entorno, la nueva seguridad ha venido mostrando avances importantes, no sin altos costos pagados por errores del pasado. En los atentados recientes de París y Bruselas las fuerzas de inteligencia y seguridad de los estados habían reportado indicios creíbles que permitían suponer actividades terroristas en estas ciudades, pero frente al desconocimiento de los nexos de nacionales con grupos radicales como ISIS, resultaba complicado pronosticar los modos de operación. En la actualidad, uno de los elementos clave bajo monitoreo de potenciales terroristas es el movimiento migratorio hacia países como Siria o Irak, así como las comunicaciones a través de la internet profunda con grupos irregulares.
Las empresas por su parte, acostumbradas a su tradición o respetuosas de sus valores, estiman los riesgos en función del historial de incidentes y no tanto, basados en la dinámica cambiante del entorno. Al hacerlo, se deja por fuera la carga subjetiva pero determinante del pronóstico asentado en percepciones. Un pequeño y significativo ejemplo de una seguridad basada en entorno se observa en algunas instituciones bancarias que han modificado sus códigos de vestimenta con el fin de bajar el perfil de sus ejecutivos cuando salen a la vía pública.
Los ciudadanos somos quizás los que mejores adaptamos nuestra seguridad personal a las variaciones del entorno. Resulta útil en extremo informarnos sobre zonas, horarios y formas de actuación de la delincuencia, aprender de las experiencias de otros a nuestro alrededor es la vía más efectiva para sensibilizarnos sobre la realidad. De igual forma, comunicar a nuestro círculo sobre riesgos y medidas preventivas contribuye a elevar la consciencia muy por encima de los muros que nos aíslan.
El reto de la seguridad en tiempos de amenazas anónimas y creciente complejidad radica en leer entre líneas a la realidad, sacando de ella información útil para convertirla en decisiones oportunas. No entenderlo, es hacernos cada vez más vulnerables.