“Sólo haz lo correcto. Lo demás no importa.”

Meditaciones de Marco Aurelio

Conocemos como Democracia al tipo de gobierno representativo, con derechos como: libertad de expresión, de asociación, de mercado, una constitución, separación de poderes, etc. Estos derechos hacen que podamos diferenciar este régimen de otros que también utilizan la etiqueta de Democracia, entre las que destacan las llamadas “democracias populares” de Europa Oriental, la “democracia orgánica” de la dictadura franquista, o la “democracia participativa” de la revolución bolivariana entre otras.

La Democracia Republicana es un modelo de sociedad que no puede ser definido sólo porque el jefe del Estado sea elegido, las elecciones no deben ser un fin en sí mismo, son a lo sumo, una condición necesaria, pero no suficiente en la vida de la nación.

Su concepción se refiere particularmente al modo de concebir la política, las instituciones públicas, privadas, los valores ciudadanos, las leyes, y la vinculación de la libertad al ejercicio de la virtud cívica.

Es evidente que esta concepción contrasta con nuestra realidad venezolana, vivimos en un país donde la permanencia en el poder a través del control de la sociedad es la única prioridad del régimen, el voto en lo que confiaba el ciudadano como herramienta para progresar en libertad, ha venido siendo diezmada sistemáticamente no solo por el régimen dentro de su estrategia sino también, por una parte influyente de  las elites políticas del país que no han sabido darle conducción a los padecimientos del pueblo.

La gran pregunta es ¿qué puede aportar el ciudadano para que la Democracia Republicana se revitalice y surja como un elemento de convivencia y libertad en el país?: En primer lugar, hacer lo correcto, no ofreciendo fórmulas de inmediata aplicación sino la de propiciar una reflexión profunda sobre los principios, el sentido y los fines de la Democracia y de la forma en que se ejerce la política.

La primera acción que debemos acometer es la de aceptar que en los últimos 40 años se ha venido acentuado el malestar y el desencanto respecto a la Democracia y a la República.

Al calor y a la falta de soluciones a la grave crisis política, económica, social y humanitaria que vivimos ha crecido la decepción y la crítica, encarnadas no solo en movimientos de protesta sino también en una fuerte crítica a todos los partidos.

Esta situación se agrava, por la separación entre sí, de los ciudadanos y estos de las elites dirigentes. La percepción es que son un grupo con intereses particulares alejados de las necesidades de la sociedad, cuando no contrarios a ellas, que se sirven corruptamente de lo público para su propio beneficio. Ello ha provocado una extendida desafección política y por consecuencia en una desesperanza en la capacidad del voto para cambiar la realidad que aqueja al ciudadano, esta se manifiesta en forma de apatía o de indignación, es evidente la pérdida de autoridad de los dirigentes y de legitimidad del sistema en su conjunto.

Para poder fortalecer la Democracia es imprescindible que desaparezcan de nuestro ideario, las dictaduras abiertas o disfrazadas, el tutelaje militar, el populismo y esa democracia plebiscitaria que ha venido prosperado en el país.

Para lograr esto debemos considerar: si tenemos vocación por la legalidad, o por la anomia, si tenemos inclinación por la mano fuerte, o tenemos una secreta admiración hacia el autoritarismo. Es decir, ¿somos realmente conscientes de nuestras libertades y responsabilidades, o es una fachada de ciudadanía la que tenemos?

No hay populismo sin pueblo que lo acepte. El populismo es un cáncer y es el más grande adversario de la República. No es una doctrina de izquierda o de derecha; es un modo de ser y de ejercer el poder, que transforma la ley en un acto del caudillo; adecuando la Constitución y el ordenamiento legal a los fines del gobernante convirtiendo al pueblo en vasallos de sus delirios.

El cambio empieza por uno mismo. Tratar de cambiar las cosas sin haber empezado por ahí, es como construir una casa por el techo.

Tengamos presente que la fortuna favorece a los valientes. Hagamos lo correcto.