Diplomáticos de carrera

Indignación produce el punto de cuenta que ha circulado en las redes en donde el actual canciller reconoce el daño que le propinó a su diplomacia “revolucionaria” haber destruido la carrera diplomática. Fue durante la gestión del señor Araque que, con la misma frialdad que lo hizo en PDVSA, comenzó el desmantelamiento de la diplomacia profesional bajo la premisa de que era mejor contar con los adeptos a la revolución que con personal técnico especializado. Desde allí, y con la posterior impronta del actual inquilino de Miraflores como canciller, no solo le destruyeron la carrera a cientos de diplomáticos, sino que se dieron el lujo de perder personal idóneo, capacitado, formado en las mejores universidades del mundo y en los valores de una diplomacia ética, que supo defender los más altos intereses de la nación y que se adaptó a las exigencias de la diplomacia globalizada.

Hoy lo reconocen después de haber obligado a jubilarse, retirarse o congelado el desarrollo profesional de funcionarios competentes y honestos que seguramente no estarían dispuestos a acompañar la ineptitud y falta de honestidad de los nuevos jefes de misión que han circulado a granel en estos últimos años. Sobreviven pocos diplomáticos de carrera, solo cuatro embajadores, según el citado memorándum, seguramente se adhirieron a las causas de la revolución por vocación o supervivencia, pero igual nos representan en misiones menores dejados al olvido y rompiendo los récords de permanencia en destinos en donde la práctica diplomática aconseja estadas prudentes.

En una nota sobre este tema el embajador E. Soto, experimentado funcionario de carrera, señala: “Esta penosa situación, ya de por sí bastante grave, no significa solamente un retroceso institucional, sino presagia que, cuando se pueda escarbar en las comprometidas ruinas de la Casa Amarilla, se encontrarán quién sabe cuántos desaguisados que van a constituir, en el mejor de los casos, un peso muerto en nuestras relaciones internacionales”.

El documento referido es un mea culpa, pero tarde para recompensar el daño a los intereses de la República y el perjuicio a tantos bien formados servidores públicos.