Más allá del significado y la vigencia que muy acertadamente Fedecámaras sintetiza en su slogan, el orgullo de ser empresario es una expresión genuina, de mucha naturalidad y por supuesto, de completa sinceridad. Y más que una expresión es un sentimiento de verdadera esencia, sin ninguna figuración de aparentar, sencillamente porque en el ámbito empresarial ese orgullo es el resultado de una acción exitosa, es la satisfacción que se origina por el logro o el cumplimiento de un propósito cuando se emprende un proyecto de negocio y se ejecuta exitosamente a base de esfuerzos y coraje; es el sentimiento oculto en la sonrisa y en el rostro carialegre, y es también la gratitud que se expresa discretamente ante el reconocimiento y el elogio oportuno y sincero. Por encima de todo, el orgullo de ser empresario es la satisfacción que siente la persona por ser o haber sido útil a la sociedad en general, satisfacción que casi siempre trasciende a lo personal al proyectarse de manera inexorable en las generaciones sucesoras.
El orgullo empresarial así definido es de aplicación universal en tanto que es válido para la generalidad de las situaciones. En el caso venezolano, el orgullo de ser empresario tiene una connotación especial y puede considerarse con sentido de singularidad, dado que en el desarrollo empresarial en el universo de naciones Venezuela es un caso único, por lo menos en lo que respecta a lo acontecido en los 17 años de este siglo XXI. El trabajo empresarial y el orgullo de los empresarios venezolanos han tenido que superarse en el transcurso de esos años ante la adversidad y la serie de obstáculos que han enfrentado los empresarios en razón de políticas gubernamentales de corte totalitario. La situación ha sido y sigue siendo causa razonada y de mucha potencialidad para desencadenar una estampida de las inversiones del sector privado, tanto nacionales como extranjeras; sin embargo, el empresario en Venezuela ha sabido aguantar lo más posible la situación, enfrentando sin dobleces ni entreguismo la inmensa adversidad de esas políticas, incluyendo el caso de la apreciable cantidad de empresas que a fuerza de imposición han debido bajar la santamaría o que han sido expropiadas o confiscadas por el gobierno.
Esa actitud orgullosa del empresario en Venezuela contrasta con la actuación asumida por inversionistas establecidos en otros países, al optar por la mudanza masiva de sus sedes debido a causas de políticas gubernamentales. Cataluña es el caso más cercano a Venezuela por motivos de tiempo, espacio y afinidad histórica. Según un reporte del Colegio de Registradores Mercantiles, en tan solo 24 días de este octubre (del 2 al 26) un total de 1.681 empresas trasladaron su sede desde Cataluña a otras regiones de España. De lunes a viernes y cada 15 minutos y medio se hizo la mudanza de una empresa y toda esta evasión ocurre a causa del intento de la provincia autónoma de Cataluña para independizarse del Reino de España. La actualidad de este caso permite poner en evidencia la capacidad de aguante del inversionista en Venezuela y por consecuencia su reconocido orgullo.
El orgullo empresarial es un sentimiento arraigado en lo más profundo del ser humano como empresario, que se genera en la tenacidad y la valentía y sobre todo, en la confianza en Venezuela. Es un orgullo que se manifiesta en forma callada y discreta, sin ningún ápice de vanidad, pero con la mayor dignidad posible. El cuadro del empresario en Venezuela lo pinta muy bien el poeta y escritor Benjamín González Buelta, S.J., citado por Luisa Pernalete en su más reciente artículo, cuando afirma: ”hay una especie de desazón colectivo, el horizonte está en medio de la oscuridad, hasta respirar profundo cuesta por lo pesado del ambiente; sin embargo, en medio de la bruma hay luces, hay gente que no se cansa, que se reinventa; hay pistas de semillas que anticipan que luego crecerá el árbol que dará cobijo a las aves del cielo, y tendrá sus frutos”.