Trocha-Colombia
Trocha-Colombia

Escrito por: Víctor Roa

Una trocha es un camino irregular, un atajo, una solución para reducir el tiempo para llegar a algún lugar. En nuestro caso los caminos para salir del país, y también para entrar, se han construido sobre la idea de lo irregular.

La frontera entre Venezuela y Colombia es extensa, 2219 kilómetros que ocupan a los estados Zulia, Táchira, Barinas, Apure y Amazonas. Ninguno de los dos países cuenta con una frontera con sus vecinos de igual extensión.

Nuestra historia común como países, desde la llegada de España, fue y sigue siendo intensa. Constituimos de manos del libertador una nueva nación que honraba al descubridor de américa, Colón, y de allí nació la Gran Colombia, desaparecida luego y también con ella la Nueva Granada.

De lado de Venezuela fuimos, gracias a la explotación del petróleo, la nación de mayor crecimiento y evolución social en Latinoamérica. Un crecimiento que no se pudo sostener más allá de los años ochenta del siglo XX. De ese crecimiento, y gracias a él, fuimos receptores de una migración gigantesca que incluyó ciudadanos de todas partes del mundo. Europa y luego América del Sur y el Caribe encontraron cobijo en Venezuela.

La historia cambió, hoy el país es una tierra de olvido, una nación seriamente comprometida para garantizar la subsistencia de sus ciudadanos. Es un daño extenso, una explicación simple para esto: La incapacidad manifiesta para afrontar una tarea muy compleja. Más de 5 millones de nuestros ciudadanos la han abandonado rumbo a cualquier destino que prometa algo de bienestar.

La trocha es en apariencia la salida para quienes viven en la pobreza, pero no es tan simple como eso. El gobierno de Venezuela cerró, hace ya algún tiempo, la frontera entre Venezuela y sus vecinos, apenas permite unos vuelos a algunos destinos internacionales. Entonces las trochas son los caminos de salida y entrada de gente, de productos, de materiales, de ideas y de todo aquello que se necesita para que los ciudadanos sobrevivan.

La experiencia de pasar por una trocha equivale a la de ser un refugiado en una guerra. Del lado venezolano, en la ciudad de San Antonio se camina como en una procesión. Hay muchas, no son caminos libres. Hay vigilantes y una especie de porteros que cobran a cada cierto tramo dinero, en pesos, para poder seguir. Hay advertencia para no grabar, fotografiar o usar el teléfono, bajo pena de decomiso.

Por esas trochas pasa cualquier cosa. Chatarra de todo tipo, incluidas las antenas de la tv satelital, sale de Venezuela. Desde Colombia entran refrescos, galletas y víveres en general, las mudanzas transitan esos caminos. También hay trochas VIP, por apenas 50.000 pesos va usted sentado hasta la parada de los taxis en Cúcuta.

¿Y quiénes son las autoridades? Del lado de Venezuela el ELN, del lado colombiano el tren de Aragua. La función del estado está claramente desaparecida en esas trochas, que son al final del día una solución dinámica para una frontera viva. Especialmente dramática esa condición, pues ese espacio es la esperanza para cientos de caminantes que van y vienen con sus sueños de una mejor vida o de un retorno a la que abandonaron.

Del lado de Colombia un cierto aspecto de formalidad permite sellar el pasaporte, tomar un taxi e ir al aeropuerto o aun centro comercial. Por el lado de Venezuela no hay gasolina y al circular la única opción es un viaje por tierra, más de 850 kilómetros hasta Caracas, de carretera, llena de peligros y misterios para llegar a un aeropuerto internacional.

La trocha es una excelente metáfora de la Venezuela que somos hoy, un camino improvisado para acortar la ruta.

Víctor Roa es conductor del programa Gerencia a Dos tonos en Fedecámaras Radio. Doctor en Gerencia, profesor universitario y ejecutivo de negocios.

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