Usualmente en mis talleres de liderazgo planteo una dinámica que consiste en invitar a los participantes a pensar en un líder hombre y en una líder mujer. De cualquier ámbito, vivo o muerto, privado o público, de cualquier edad, religión o raza. Acto seguido les pido que enumeren las razones por las cuales esa persona seleccionada es para ellos un líder, sus cualidades y atributos más resaltantes.
No exagero si les cuento que he hecho esta actividad unas 30 veces con distintos grupos, en por lo menos cuatro países en el Caribe. Y siempre se repite el mismo patrón: los rasgos asociados al liderazgo masculino difieren sistemáticamente de los rasgos asociados al liderazgo femenino.
Al hombre se le atribuyen adjetivos tales como: fuerte, autoritario, inteligente, orientado a resultados, competitivo, negociador, dominante, racional, ambicioso. A la mujer se le ve: emocional, apoyadora, esforzada, tenaz, constante, buena escucha, sentimental, afectuosa…
Otros estudios con otras culturas anglosajonas parecen confirmar lo mismo: “women “take care”, while men “take charge”. (Las mujeres cuidan a otros, mientras que los hombres se hacen cargo de la situación).
Estos estereotipos, como toda simplificación perceptual, provienen de patrones culturales y educativos que nos hacen encasillar el rol de hombres y mujeres en conductas esperadas socialmente. Y al mismo tiempo impiden que cruzar la línea ea aprobado o alentado, antes bien, son penalizados. Así, una mujer racional, dura, ambiciosa, puede ser juzgada como masculina y un hombre dedicado a cultivar relaciones con otros con orientación emocional, puede ser percibido como femenino, con el consecuente aislamiento social.
Un dato interesante, es que las mismas mujeres, participantes de estos talleres de empoderamiento femenino, son las que sostienen este modelo mental de ver a los hombres como mucho más inteligentes, capaces y potentes que ellas, que ya están sensibilizadas por el tema. Cuando ven los resultados de la dinámica son las primeras en sorprenderse. Y es que así operan los paradigmas, inconscientemente. El problema es que desde allí actuamos.
Así ha sido por muchos años, pero me atrevo a decir que esto está cambiando. Paulatinamente, pero va cambiando. Gracias al desarrollo de novedosas
tendencias en el abordaje del ser humano como el Coaching o la Psicología Positiva, las nuevas generaciones están aprendiendo a “enjuiciar sus propios
juicios” acerca de las personas, a romper moldes de lo que está bien o no hacer de acuerdo al género, y a ver a nuestros líderes con otros ojos, entendiendo que las conductas involucradas en alcanzar objetivos y ser competitivos pueden lograrse de mejor manera si integramos distintos puntos de vista.
Un hombre puede aprender a desarrollar inteligencia emocional y expresar sus emociones, al mismo tiempo que una mujer puede aprender a manejar cifras y datos duros de los negocios. Un hombre puede dar rienda suelta a su capacidad para proteger y alentar a los miembros de su equipo, y las mujeres a cerrar negocios demostrando firmeza y autoridad. Todo se puede aprender.
Mujeres y Hombres nos necesitamos, cada uno con nuestros estilos de liderazgo particulares, pero integrando ambas visiones, de forma que nos permitan lograr el desarrollo de las organizaciones donde nos desempeñamos.