Pasó el 20 de mayo. ¿y ahora qué?

La pregunta viene a colación, porque haciendo abstracción de la forma como se desenvuelve o pudiera continuar desenvolviéndose la crisis política, la económica -que es la que, al fin y al cabo, lo que más les interesa a los meros mortales que somos los ciudadanos de carne y hueso- se encuentra exactamente igual, luego de haber transcurrido 5 días hábiles de ese evento.

La hiperinflación sigue su tenebroso curso, camino de volverse la «peor hiperinflación» en la historia de Latinoamérica, que ya es bastante decir. El desplome petrolero recibió otro impulso con la prohibición de pagarle cuentas por pagar o acreencias de otro tipo al Estado venezolano y sus filiales como PDVSA, a través del sistema bancario norteamericano. La explosión de liquidez ocasionada por el Banco Central de Venezuela -curiosa manera que tiene el gobierno revolucionario de financiar el Programa Económico Serrano Mancilla- dio otra vuelta a la tuerca, sobrepasando 6.000% de emisión interanual y 70% mensual. La crisis eléctrica se sigue agudizando ante la proliferación de iguanas y saboteadores exitosos. Y, como si eso fuera poco, la escasez de todo anda por sus fueros, aunque la mayor de ellas parece ser la de criterios para enfrentar y resolver el entuerto.

Esto último se desprende de la alocución del Primer Mandatario en cadena nacional, y las declaraciones de la oposición unida al inicio de semana. Por el lado del gobierno, pareciera que internamente llegaron a la conclusión de que lo están haciendo maravillosamente bien, porque no dieron indicio alguno de modificar nada de lo que ahora implementan. La “orden” al General-Presidente de PDVSA para que, de inmediato, aumente en un millón de barriles diarios la producción de crudo, como si de no más decirlo fuera a suceder, es preocupante. Como lo es también pensar que los socios de la OPEP van a acudir para ayudar a Venezuela a aumentar su producción, serruchándose sus patas entre ellos mismos.

Por el lado de la oposición, tampoco parece que podemos esperar que salga nada esperanzador, al menos en el futuro inmediato. Sobre todo, después de escuchar al propio presidente de la Asamblea Nacional, luego de decir, en respuesta a los acontecimientos del domingo, que «tienen que organizarse para luchar…» de lo que se infiere que todavía no están organizados y que, por esa razón, no se atreven a enunciar un concreto Plan de Ajuste, como el que explicitara el economista Francisco Rodríguez, cumpliendo su rol de Asesor Económico del para entonces candidato Henri Falcón.

¿Hasta cuándo tendremos que esperar para que se organicen, y oigamos de ellos propuestas de medidas concretas, y no los cansones y aburridos lugares comunes de siempre, como que la inflación se combate con producción; vamos a consultar con todos para preparar un plan económico; y la economía está muy mal?

Señores del mundo político y de todo el espectro del mismo, a estas alturas ya deberían haberse dado cuenta que, sin el punto de partida de una reforma monetaria, no hay forma posible de recomponer la economía, ni en socialismo ni en capitalismo. Esa reforma no requiere que consulten hasta el último ciudadano, en cuanto a su naturaleza, sino que ejerzan el liderazgo de presentarla ante la opinión pública como alternativa, e irla actualizando mes a mes, en función de deterioro progresivo.

Obviamente, lo que podía haber funcionado hace un año, tal vez ya resulta demasiado gradual. En el caso del gobierno, parece que no podemos esperar mucho, porque las palabras perdón, me equivoqué, vamos a corregir, definitivamente, como que no existen en su diccionario.

La primera reforma monetaria de la posguerra se hizo en 1948 en Alemania. Ni al Canciller Konrad Adenauer, y mucho menos al entonces Ministro de Economía y luego Canciller, Ludwig Erhard, les tembló el pulso para, en un solo fin de semana, tomar las dos o tres medidas sencillas, pero contundentes, que se necesitaban para resucitar la economía alemana. Si revisan la historia, se darán cuenta que esos líderes no se escondieron detrás del delantal del pueblo para eludir la responsabilidad que les corresponde como dirigentes, de señalar el camino.