El ser humano es gregario por naturaleza. El gregarismo, más que una tendencia para compartir en grupos o asociaciones, es una necesidad inherente al individuo y de esa necesidad deviene otra no menos importante: la interlocución. El liderazgo y el discurso surgen de la interlocución.  ¿Qué sería del religioso, el político, el ecologista o el gremialista sin la posesión de un discurso que le sirva de medio para ganar seguidores? El discurso en estos casos no debe entenderse solo como la lectura solemne de un escrito en acto público, no; el discurso es el mensaje transmitido de manera frecuente y variada que se va conformando a través del tiempo en un conjunto de ideas, opiniones, argumentos y anécdotas expresadas en documentos o en reuniones, asambleas, entrevistas para los medios de comunicación y las conversaciones cotidianas.

El liderazgo varía mientras el tiempo transcurre; sube o baja y hasta puede permanecer invariable durante un período determinado. Allí está su relatividad, porque el liderazgo es siempre relativo; nunca es absoluto. La relatividad hace que la consistencia del liderazgo dependa de varios factores, muchos de los cuales devienen del propio desempeño del líder. Uno de los factores que más influyen en la vigencia del liderazgo es precisamente el discurso, el mensaje que el líder transmite con frecuencia hacia su público objetivo. Mientras más renovado y adecuado sea el discurso, mayor será su solidez y proyección, incrementándose así la capacidad del líder para convencer y persuadir a sus seguidores. El discurso puede fortalecer el carisma del líder pero también lo puede empobrecer. Una idea mal concebida, un error conceptual, repetir frases comunes (decir más de lo mismo) y hasta una palabra mal expresada puede causar efectos muy negativos en el público. El discurso es, por consiguiente, el mayor vínculo entre quien actúa como dirigente y quienes creen y confían en su mensaje.

Hay dos formas clásicas para convencer a las personas: la razón y la fuerza, por eso el discurso es razonamiento, es una cadena de argumentos. Además, por vía del razonamiento se puede evaluar la calidad y efectividad del discurso, porque una disertación con escasez de argumentos y abundancia de frases comunes termina siendo parte de un discurso de baja calidad y por consiguiente, de poca efectividad y, en muchos casos ni siquiera llega a la categoría para conformar un discurso.

Casi siempre el discurso del líder tiene su correlación con los saberes, el nivel de conocimiento y la madurez de la organización a la cual representa. La correlación pocas veces es equilibrada; tiene sus desbalances. Cuando el discurso del líder está muy por encima del promedio cognitivo de la organización se estaría en presencia de situaciones con poca frecuencia y ocurre también en sentido contrario. En el primer caso el líder sobresale de manera muy notoria ante el colectivo y en el segundo caso el líder mantiene la supremacía, pero su discurso deja mucho que desear. En las dos últimas décadas del siglo XX y en los años que transcurren del XXI hay ejemplos esclarecedores en ambos sentidos en el escenario político en Venezuela. En organizaciones distintas a las políticas también hay ejemplos.

Ni el liderazgo ni el discurso tienen vigencia de larga duración. En muchos casos son muy efectivos pero son efímeros, debido a la terminación del período previamente establecido para el ejercicio de la dirigencia, dejando así lo que podríamos llamar el “síndrome del discurso” o la nostalgia causada por la pérdida de la tribuna y el alejamiento del público receptor. Es la añoranza de un pasado que difícilmente volverá.